domingo, 4 de abril de 2021

ANGUS, EL ÁRBOL DE LA COLINA

En lo alto de una hermosa y verde colina se erguía un  viejo y frondoso árbol, hogar de muchos pájaros y ardillas que revoloteaban alegres en sus ramas.

Entre  los habitantes más antiguos del centenario árbol se encontraba Luluberta, la lechuza. Luluberta era una lechuza muy conversadora, aunque Angus, que así se llamaba el árbol, insistía en que era demasiado parlanchina.

—¡Vaya sol que tenemos ahora! Refunfuñó Luluberta.

—No deberías quejarte – dijo Angus con voz lenta y apacible – Las flores necesitan del sol para crecer.

—Pues yo no soy una flor! rezongó enfadada.

El viejo árbol, acostumbrado a las habituales quejas de su emplumada amiga, cerró los ojos y suspiró. Al abrirlos nuevamente divisó a lo lejos a un viajero.

—Parece que tendremos visita.

—¿De qué hablas, Angus?

—Un humano se acerca.

—¡Ah, los humanos! Sólo ocasionan problemas – afirmó Luluberta con desdén.

—No creo que éste visitante ocasione problemas.

—¿Eso crees? Yo no estaría tan segura de eso, trae un hacha en su mano.

—Es sólo su herramienta de trabajo.

 

Mientras Angus y la avecilla parlanchina dilucidaban los motivos de su visita, el hombre subió rápidamente la colina y se tiró de espaldas sobre la grama a disfrutar de la sombra que el árbol prodigaba.

La lechuza, asustada, alzó el vuelo y se marchó lejos. Angus simplemente se quedó, sin más remedio, en el mismo sitio donde fue plantado cien años atrás.

Cuando el hombre creyó haber descansado lo suficiente después del largo viaje, levantó su hacha y la clavó justo al centro del tronco del árbol.

—¡Ay, eso dolió, detente!

—¿Quién dijo eso? Preguntó el hombre girando su cabeza sin ver a nadie

—Fui yo, Angus.

El hombre bajó el hacha, muerto de miedo, ¿acaso estaba alucinando? La voz parecía proceder del interior de aquel majestuoso árbol.

—N-no, no puede ser – balbuceó- ¡los árboles no hablan!

—Pues no sólo hablamos, también sentimos. Y ese golpe me dolió muchísimo. Te suplico por piedad que dejes de lastimarme.

El hombre levantó nuevamente el hacha y respondió:

—Tu madera es muy fina, la usaré para construir algunos muebles.

—No lo hagas, soy el hogar de muchos animales. Las aves construyen sus nidos entre mis ramas.

El hombre restó importancia a los ruegos del árbol y se dispuso a levantar una vez más su hacha. Esta vez el golpe fue más profundo y doloroso.

 

—Te suplico una vez más que reconsideres tu decisión. Si me cortas no habrá más sombra para el viajero cansado, dime si no disfrutaste del apacible descanso bajo las ramas cundidas de hojas.

El hombre ladeó la cabeza y respondió:

—Bueno, sí. Tu sombra me protegió del ardiente sol del mediodía.

—Si me cortas, los otros viajeros no tendrán tu misma suerte.

El hombre se rascó la cabeza, pensando en las sabias palabras del viejo Angus

—Escucha, humano – prosiguió— te prometo que si decides no acabar conmigo tendrás aquí una sombra perpetua. Podrás venir aquí cada vez que quieras, tú y tus hijos, y los hijos de tus hijos

—Eso parece ser un buen trato.

El árbol sabio sonrió complacido.

Sin más que agregar, el hombre tomó su hacha y descendió por la colina dispuesto a regresar a casa con la sensación de haber tenido un sueño muy largo, pero feliz,


Autora: Soledad Del Muro



 

                                                                          

 

 

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